Cuenta una leyenda, que una sirena merodeaba por las proximidades del río Guadiana, entre la Tabla de Tamborríos y el castillo de la Encomienda, atrayendo a los hombres con sus seductoras voces y una hermosura solo al alcance de las deidades, muriendo ahogado todo aquel que sucumbía a su hechizo. Se considera uno de los símbolos más característicos de Villanueva de la Serena (representado en el escudo), hasta el punto de que Serena fue el resultado de una evolución fonética de sirena. El incauto Decano fue ayer una víctima más de este ser mitológico, diestro en las artes persuasivas y dominador del líquido elemento, que cobró vida para luchar del lado del Villanovense.
Se nos aguó la fiesta. Esa que empezó a las 9.00 horas de la mañana en la emblemática plaza del estadio antiguo, con un collage de caras somnolientas pero entusiasmadas. Unas sevillanas con interferencias y un ‘perreo reguetonero’ matutino atronando en el hilo musical auguraban un largo viaje, hasta que se desempolvó la videoteca albiazul y la pantalla del Trust Bus deleitó a los pasajeros con encuentros del Recreativo en Segunda División, de 2006, temporada del ascenso a Primera. Una gozada.
Goleadas, triunfos solventes, un fútbol de salón… a todos nos pareció ciencia ficción y generaba extrañeza que aquellos documentos retro no fueran en blanco y negro. Evocaban a épocas lejanas, al Pleistoceno, más concretamente. Pero no, ni siquiera pertenecen a otro siglo, tan solo ha pasado una década, aunque ha llovido demasiado (como ayer) desde entonces. Volvimos a vibrar con las diabluras de Uche, sentando a rivales con movimientos de cintura y desbordes, de las arrancadas y el olfato de ‘killer’ de Rosu, del francotirador con escuadra y cartabón llamado Viqueira, del felino Toño bajo palos, de un puñal ofensivo como Antonio Valencia, del escurridizo Cheli, del infranqueable e incombustible Merino…
Los suspiros nostálgicos se sucedieron. Las miradas ensimismadas con aquellas imágenes vidriaban los ojos de los aficionados, sacudidos por un choque de emociones que iban desde la tristeza por la añoranza al orgullo. Algunos retransmitían los lances del juego, otros recitaban la alineación entera, los más entendidos analizaban las virtudes y defectos de cada jugador. ¡Qué golazo el segundo de Uche al Málaga B, qué obra de arte!, esa exclamación fue unánime.
Algo antes de las 14.00 horas llegábamos a Villanueva de la Serena. La compra de entradas fue de lo más sui generis, se aproximaba más a un trapicheo improvisado que a una transacción. En medio de un polígono, con un coche como oficina, en una calle desierta y manejándose un sobre lleno de dinero.
Tras descubrir que la esquina contigua a la zona del fondo (llamada goles en Huelva) recibe el atractivo pero poco realista nombre de tribuna lateral, era turno de llenar el buche para reponer fuerzas. Un establecimiento de montaditos fue el lugar elegido por una parte importante de la expedición. El procedimiento en ese local es proporcionar un nombre al receptor de la comanda para ser avisados cuando el pedido esté listo. Demasiado tentador como para no aprovechar la ocasión. Pasados unos minutos, sonaba por el altavoz un “Comas vete ya”, por favor, sugerido por una voz en off con suficiente convicción, a pesar del desconocimiento del asunto, que generó una sentida ovación y el cachondeo general. En Huelva somos así.
Durante el paseo obligado por las calles del municipio extremeño, vestimos con el blanquiazul de las bufandas las esculturas de Villanueva de la Serena, mientras la lluvia acosaba agazapada, amenazando aunque sin mostrarse todavía. Sí se exhibió con exuberancia instantes previos al partido y se regodeó en su húmeda puesta en escena hasta que nos subimos al autobús tras el pitido final. La culpa la tiene el Trust, esgrimían algunos jocosamente. En las gradas, unas bolsas de plástico ejercían de capuchas caseras para aislar la cabellera del chubasco. Pese a la apariencia que mostrábamos, desconocemos a cuánto está el quilo de boquerones.
La borrasca no oscureció los ánimos de la grada, aunque sí nubló la clarividencia de los jugadores en el campo. No se les vio nadar como un bloque en ninguna fase del partido y eso les convirtió en una presa vulnerable e inofensiva. La sirena surcaba grácilmente las aguas de un pesado y rápido césped del Romero Cuerda, mientras el choco sudaba sangre. La defensa terminó cayendo en la trampa de la precipitación y cometió un penalti que decantó un choque de empate a cero que, sin embargo, otorgó la captura del día de los tres puntos al conjunto serón. Con el gol, el chaparrón de imprecisiones amainó para los locales, que circulaban con mucho más sentido y pausa, al tiempo que el Recre se desgastaba corriendo detrás de un balón que nunca estuvo en su poder.
En la grada hubo muchos más quilates que en el terreno de juego; la hinchada serona mostró una pancarta en apoyo al Recre que hizo poner en pie a los algo más de tres centenares de onubenses. Sublime el comportamiento de los serones, todo un ejemplo.
Se volvió a reconocer al Recreativo anterior al Granada B, nervioso, tenso, cortocircuitado, errático y sin chispa. Corrieron mucho, pero de nuevo sin apenas concierto, dando ventaja al rival. Hubo actitud, voluntad e intensidad, tanto como desconcierto, especialmente en la reanudación tras el descanso, donde se percibió desorden táctico y falta de concentración, pecados capitales que se pagan muy caros en cualquier categoría, pero sobre todo en Segunda B, donde los pequeños detalles deciden.
La imagen de Manu Molina pidiendo a Álvaro Moreno habilitar el espacio para cederle el esférico y que fuera el central quien iniciara jugada, es la muestra evidente de que hay jugadores temerosos de asumir responsabilidades inherentes a su puesto. Esa acción costó una contra que a punto estuvo de suponer la sentencia.
Es cierto que Alejandro Ceballos posee escasos mimbres, que él es quien escruta cada entrenamiento y conoce el estado anímico y de forma de sus futbolistas al dedillo, pero a nadie se le escapa que Dani Molina es quien aporta algo diferente en la medular. Es de los jugadores más completos de la plantilla: recuperador y trabajador incansable, con temple, calidad, dotes de mando y precisión en el pase, a pesar de que su juventud le traiciona a veces no midiendo en acciones puntuales. Sustituir al cerebro del equipo cuando buscas la remontada, no parece una maniobra muy productiva. Al igual que sacar a Ale Zambrano en el minuto 88… cosas de entrenadores.
Pese al remojón, el revolcón deportivo y el cómputo global de unas 9 horas en carretera, la afición sigue en pie, magullada, pero entera, lamiendo heridas nuevas y cicatrizando antiguas con el antiséptico más potente, la ilusión.