El periodismo posee un enemigo irreconciliable, la capciosidad. El polvorín de munición retórico que almacena esta profesión es muy inflamable y altamente inestable, pudiendo saltar por los aires con la mínima chispa de irresponsabilidad. Es nitroglicerina pura que reacciona fatalmente cuando se corta el cable de la manipulación confundiéndolo con el de la inocente subjetividad. Los periodistas debemos ejercer de artificieros que desactivemos la carga explosiva de los contenidos que publicamos o, al menos, reducir el efecto destructor de la metralla mediática.
En estos días la mecha se ha prendido en Huelva, aunque la detonación ha sido controlada y la deflagración social sofocada con celeridad gracias, como no, a los apagafuegos profesionales. Un medio onubense se hacía eco de un informe que redactó el Servicio de Bomberos del Ayuntamiento de la capital, fechado el 19 de agosto de este año, en el que se detallaban una serie de deficiencias graves de seguridad en la instalación de los toldos situados en las calles peatonales del centro de la ciudad. En la noticia se transcriben textualmente algunos extractos de la nota oficial que los bomberos trasladaron a la administración local, denunciando defectos en las infraestructuras relacionados con la accesibilidad de los operativos de emergencia en caso de incendio u otra eventualidad.
La difusión de dicho texto es de una utilidad y valor indiscutible aunque en su exposición se ha pasado por alto un detalle: el informe llegó hace aproximadamente un mes a manos del Consistorio de manera que, dentro de las 24 horas siguientes a su recepción, técnicos de los bomberos (tal y como ha confirmado el jefe del servicio, Emilio Camacho, a raíz de la polémica) se reunieron con el concejal de Comercio y Turismo, Ángel Sánchez, y solventaron in situ los problemas detectados. Asunto zanjado… o no tanto.
En la noticia publicada se obvió este apartado imprescindible para entender el curso de los acontecimientos. Se erigió en altavoz de un mensaje caducado con valor informativo incompleto y a destiempo. Una circunstancia que propició que Camacho se viese obligado a mandar, hace unas horas, un comunicado garantizando la “plena operatividad” del servicio de extinción de incendios en la zona y evitar así un estado de alarma y desconfianza social respecto al entoldado.
Una aclaración que no habría sido necesaria si por un lado el Ayuntamiento hubiera sido diligente y minucioso desde el principio en la elaboración del proyecto, ajustándose a unas preceptivas medidas de seguridad. Del mismo modo, se habría soslayado esta situación si quien escribió la información se hubiese puesto en contacto con las fuentes autorizadas para que le trasladaran que, si bien ese informe se redactó, surtió efecto de carácter inmediato y actualmente no existía ningún frente abierto en esa cuestión. Así de simple.
En la famosa nota, los bomberos puntualizaban que la corporación municipal prescindió del asesoramiento de técnicos del cuerpo para supervisar aspectos de seguridad en el montaje de los toldos. Fue entonces cuando, tras una inspección del terreno, decidieron elaborar por iniciativa propia el escrito en el que enumeraban una serie de aspectos que demostraban las carencias de las instalaciones. Entre ellos, se advertía de la incapacidad de los vehículos del destacamento para maniobrar en el espacio habilitado, la imposibilidad de usar la autoescalera para llegar a las plantas de los edificios colindantes, el desconocimiento sobre si el tejido de la lona poseía componentes ignífugos, etc.
Eso fue lo que recogió la noticia, pero solo eso. La omisión es otro pecado capital en esta profesión y puede derivar en toda una herejía contra la verdad, tal y como ha ocurrido en este caso. Esa elipsis dio motivos sobrados a los lectores para inferir que durante un mes han estado expuestos a un mobiliario urbano defectuoso e inseguro, generando desconfianza e indignación. No puede quedar en saco roto la inexcusable falta de sensatez del Ayuntamiento en primera instancia, pero era necesario matizar que las demandas del informe de los bomberos fueron respondidas con premura y que la integridad de los viandantes nunca se vio comprometida.
El ‘toldogate’ ha descubierto manifiestas irregularidades o vaguedades en la ejecución del proyecto. Pero azotar con un látigo de medias certezas termina flagelando a la exactitud e hiriendo de muerte al mensaje, maltratado, vejado y esclavizado a cadenas de malinterpretaciones.
Artículo publicado el 18 de septiembre de 2014 en Huelva24.com