Es una de las joyas de la corona de nuestra vetusta dinastía deportiva. Su linaje ha sobrevivido a múltiples avatares que han amenazado al trono y empujado a la abdicación, sin embargo, nada ha podido arrebatar el cetro del decanato tenístico a Huelva.
Un monarca cercano, familiar y alejado de la opulencia se ganó la pasada centuria las simpatías de importantes figuras de la época, que no dudaron en rendirle visita periódicamente y agasajarle con su participación. Coqueto y discreto, el palacio del tenis onubense se desmarcaba de las exuberancias cortesanas propias de su rango, permitiendo un contacto directo entre el vulgo y sus majestades.
La Copa del Rey de Tenis cumplió la pasada semana 90 años. Campechana y con un atractivo intrínseco, no ha perdido su tirón de los años mozos. Pese a su artrítica economía, conserva un jovial carisma y personalidad que lo destacan entre los demás torneos españoles. Únicamente las exigencias de ranking y calendario o las lesiones justifican una negativa a la honorable invitación del Real Club Recreativo de Tenis de Huelva. Así ha ocurrido con Pablo Andújar y Nicolás Almagro, grandes ausentes en esta edición.
En la Copa del Rey no hay puntos en juego que computen para la clasificación ATP ni recompensas millonarias, tampoco una amplia cobertura mediática ni compromisos publicitarios, pero es una cita ineludible para los más románticos.
Todo en este torneo destila un aroma añejo y castizo. Afloran los sabores primarios del tenis y se paladea su esencia más pura. En las gradas, las chanclas y sandalias sustituyen a los mocasines, y las coloridas camisetas del Primark a los inmaculados polos Lacoste típicos de Wimbledon. Aquí es otra historia: nada de pamelas ni tocados, solo viseras y gorras. Entre cada golpeo, el protocolario silencio sepulcral es roto por un concierto de crujidos de cáscaras de pipas y el engurruñido de bolsas de gusanitos.
En estos lares, el ambiente festivo imperante desmonta el preceptivo hieratismo asociado a esta disciplina e incita a confraternizar con la chavalería. García López no solo ganó el título en la pista, sino también en la grada, donde el “vamos, Guille” fue un punzante clamor en estéreo repetido hasta la saciedad por multitud de voces pueriles desde todas las latitudes del graderío.
Picaresca hubo a raudales: “Eh, quédate con mi cara para saber luego a quién tienes que darle tu raqueta o la gorra”, le exhortaban durante cada parón de descanso algunos avispados seguidores abalanzados sobre el muro. Hubo peloteo (adulaciones en este caso) poco sofisticado con gratuitos “guapos” lanzados al aire y otras muestras de admiración más curradas como una pancarta con un corazón pintado declarando su amor al tenista de La Roda.
Todo valía en la puja por adquirir una posición de privilegio en la rifa improvisada del final del choque y llevarse así algún recuerdo de aquella cita. Es el gran triunfo de este torneo, hacer accesible el tenis para los niños y despojarlo de un ceñido elitismo que encorseta su difusión más allá de ciertos círculos exclusivos.
Lo más positivo de una organización sin grandes medios y con muchas limitaciones fue comprobar la implicación de algunas empresas locales para sostener este clásico veraniego del mes de septiembre. Un crucial granito de arena que ha dado lustre a la tierra batida de la solemne sede onubense.
Capítulo al margen merece el comportamiento ejemplar de los jugadores. Ni un mal gesto ni una protesta airada pese a los atronadores y molestos estruendos de las maquinarias que trabajaban en las obras del AVE y que generaban una contaminación acústica muy desagradable para un deporte donde la concentración es crucial.
Tampoco existió el mínimo reproche por las continuas interrupciones arbitrales ante la ausencia de jueces de línea que precisaran la validez o no de las bolas más ajustadas. Para la próxima edición, es imprescindible dotar al asiento del juez de silla de un muelle que agilice sus habituales excursiones a la pista. Ni siquiera las deficiencias técnicas en el apartado de sonido (las pilas de la petaca del micrófono no eran las del conejito) pasaron de ser una mera anécdota. En la barra instalada en la parte superior de las gradas se optó por servir solo comida fría (bocadillos y patatas fritas) y bebidas por dos motivos: por un lado, las instalaciones están dotadas de un bar donde podía pedirse un tentempié algo más sofisticado y, por otro, porque con traer una panceta o unos chorizos de casa y ponerlos en el hormigón incandescente donde debían reposar las reblandecidas nalgas de los espectadores se cenaba opíparamente y de postín.
Otro acierto, y quizás el más meritorio, fue el precio de las entradas. Quince euros por dos jornadas de tenis de alto nivel con primeras espadas como García López (número 31 del mundo) es más que razonable e incluso una ganga. Valga como comparación que ver en tribuna el Recreativo-Mérida de Segunda B cuesta 25 euros. Ya podían aprender algunos. Larga vida al rey de las Copas.
Artículo publicado el 18 de septiembre de 2015 en Huelva 24.com