Era una de las actuaciones más destacadas. El cabeza de cartel de las Colombinas 2015. La música española no es mi fuerte, nunca me apasionaron los cantautores ni ese pop romanticón que tanto gancho tiene aquí. Algunas letras se dejan escuchar y ciertos ritmos son pegadizos, pero mi oído transige más el soul, el r&b, hip hop y la música negra en general, que se destila poco por estos lares.
Pero hace unas semanas leí que Macaco actuaba el 31 de julio en la Feria onubense y no quería perdérmelo. Me atraía en primer lugar porque era gratis (no voy a ser hipócrita) también porque tiene un rollo diferente y porque sus canciones son mensajes, lemas, proclamas, exhortaciones. Esa impronta que, sin olvidar que se trata de un producto de consumo y tiene un componente de marketing insondable, se acerca mucho a algunos de los principios por los que me rijo. Respeto por el medio ambiente, justicia, dignidad…
Daniel Carbonell es un cantante consagrado, reputado y seguido por miles de fans de todo el mundo que idolatran cada paso, cada mueca, cada gesto. Posee una posición aventajada en un ecosistema mercantil muy competitivo basado en la ley de selección natural. Él ha conseguido que el Macaco se aúpe a una de las posiciones privilegiadas de la cadena trófica de la música internacional.
En esta coyuntura, no necesita lavados de imagen, asociar su figura a causas basadas en lo políticamente correcto ni visitar hospitales infantiles para aumentar su popularidad. La calidad de su trabajo, unida a un inusual compromiso férreo con su entorno, es lo que ha forjado su prestigio. Su identidad artística está intrínsecamente fusionada con su integridad personal.
El micrófono es mucho más que un altavoz de su peculiar caracoleo vocal, ese quejido postrero en cada frase tan característico, es además la ráfaga de viento que transporta su buena onda a cada rincón del planeta. Su talento natural es el instrumento perfecto que afina su conciencia y que educa a quienes lo escuchan. Su éxito es incuestionable y su posición social, privilegiada, algo que ha asumido como una responsabilidad.
Muchas estrellas pierden la perspectiva cuando la cresta de la ola las eleva sobre sus congéneres, alejándolos de tierra firme. Permanecen en una burbuja de lujos y endiosamiento y la realidad ordinaria se difumina para ellos. No es el caso de Macaco. El cantante barcelonés afronta cada concierto como una oportunidad, la posibilidad de hacer llegar a más gente cuestiones vitales que pasan desapercibidas y que demandan la unión de toda la población.
Así lo demostró en Huelva. En el ecuador de su recital, interrumpió su repertorio para dedicar unas palabras a la situación medioambiental onubense. Ajeno a ideologías y a inclinaciones políticas, lanzó un mensaje de apoyo, se sensibilizó con un grave problema de salud de la ciudad y prestó incondicionalmente su imagen como vehículo para extender el ‘No a los fosfoyesos’. Fue un detalle muy loable. Poca repercusión tendrá entre los gobernantes su discurso, pero tocó una fibra muy delicada para los choqueros aunque difícil de estimular, ya que se halla en un profundo letargo cotidiano. Se oyeron gritos al unísono reclamando la retirada de los vertidos radiactivos, Huelva necesita esa unidad y que alguien recuerde de vez en cuando cuál es nuestra batalla.
Esa es la función de los líderes de opinión: dirigir la mirada de sus seguidores, zarandear sus mentes sobre cuestiones claves, servir de ejemplo de conductas y actitudes, dibujar un patrón a seguir… Y Macaco cumple con ese rol, el de servir de nexo, el nudo que sostiene el lazo tácito de sus seguidores con los principios que salpican sus canciones: «acción, reacción, repercusión» (Moving).