La fiebre del oro de la gimnasia rítmica

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*(Este es un extracto del reportaje para la Revista SPGO, que puede leerse íntegramente aquí (páginas 28 a 39) o descargando el pdf

El triunfo en Atlanta 96 puso en evidencia el precio del éxito para unas deportistas sometidas a un régimen militar y olvidadas por sus instituciones tras la retirada

El oro es sinónimo de poder y reconocimiento, pero ese axioma irrefutable se transforma en paradoja cuando se extrapola al ámbito de los deportes minoritarios: Si no te cuelgas una medalla, no existes, pero conseguirla tampoco garantiza notoriedad ni atención mediática. Sus quilates relucen de manera diferente según el contexto, que determina  su depreciación o su desmesurado valor. Las gimnastas españolas de Atlanta 1996 y sus herederas han sido víctimas de una contagiosa epidemia de la fiebre del oro que contrajeron los dirigentes de la Federación y sus entrenadoras. Con métodos castrenses, adiestraron  a recolectoras de este metal precioso para engalanar sus vitrinas.

La selección, liderada por Nuria Cabanillas y Tania Lamarca, se proclamó campeona en los Juegos Olímpicos, el Wall Street del deporte mundial, lo que permitió subir a máximos históricos las acciones de un activo en alza, hasta entonces eclipsado por los gigantes financieros (el fútbol, el baloncesto o el tenis). La oportunidad de mercado se exprimió hasta agotarse y, tras un repunte cuatrienal cíclico, sus índices cayeron en picado ante la pasividad de los inversores (federaciones y patrocinadores), dando origen a bonos basura marginados en el conglomerado bursátil. Tras años de intensa pujanza como brokers al servicio de nuestro deporte, pasaron a ser el descubierto de un sistema deficiente con un superávit de carreras profesionales abandonadas a su suerte. Los juguetes rotos de la gimnasia rítmica se acumulan en el sótano de una gestión deportiva que descuida el futuro de sus atletas.         

Una generación en ciernes

Emilia Boneva, seleccionadora de España, se vio obligada a remodelar un equipo desmantelado, optando por talentos en ciernes, en la mayoría de los casos poco contrastados. No en vano, a escasos tres meses de la cita olímpica de Atlanta 96, Lorena Guréndez fue la última en incorporarse a la expedición tras destacar en categoría junior. El tiempo apremiaba.

El resto de integrantes entraron en el conjunto senior apenas un año y medio antes de la fecha marcada en rojo en el calendario. Atlanta fue el primer precedente de la modalidad de conjuntos en unos Juegos y nuestra delegación llegaba con piezas aún por ensamblar. La preparación fue severa y exigente, hasta el punto de que abandonaron el colegio en el que estaban matriculadas para convivir en un chalet en Canillejas, desde donde acudían juntas al gimnasio Moscardó, en el que realizaban ocho horas diarias de entrenamiento.

Las ‘Niñas de Oro’, como se les apodó, no defraudaron, eran las tapadas, pero les sobraba talento. En la rotación de aros, la primera del concurso, las españolas consiguieron ponerse en cabeza y rubricaron su superioridad en la ronda final de 3 pelotas y dos cintas. Oro para España. Entrevistas, reportajes, documentales, monográficos, loores de heroínas, agasajos, recepciones institucionales… un auténtico baño de multitudes. Una vez más, el magnetismo mediático de los JJOO concentraba el interés de una audiencia poco familiarizada con disciplinas a las que veneraban transitoriamente durante dos semanas para almacenarlas en el olvido hasta cuatro años más tarde.

La dieta, el eterno caballo de batalla

Muchas de ellas se han sentido utilizadas e incluso vejadas, pero pocas lo han denunciado por miedo a represalias. “Por la noche, cuando me metía en la cama, soñaba con la comida”. Es uno de los fragmentos del diario que la exgimnasta María Pardo fue detallando acerca del autoritarismo y vigilancia exhaustiva a la que eran sometidas. La cántabra describe a Emila Boneva como una sargenta de hierro, una figura represora presente en cada movimiento de las chicas. “A veces llegué a pensar que mandaba a gente para espiarme», relata respecto a la relación que mantuvo con Jesús Carballo. La intimidad quedaba supeditada a los intereses del conjunto y de la consecución de los objetivos.

La férrea tiranía del oro lo abarcaba todo. “Me pedía que no sobrepasara los 43 kilos. Si pesaba 44, sólo tenía derecho a media cena, si pesaba 44,100, me iba a la cama en ayunas”. La estricta supervisión alimenticia generaba una psicosis que provocaba pánico al pesaje, ya que todos los días eran obligadas a pasar por la báscula. María Pardo subió 400 gramos durante un fin de semana y le restringieron las comidas a la mitad de la cantidad establecida como castigo.

Máquinas utilizadas hasta que dejan de servir

«Somos máquinas a las que utilizan hasta que les dejamos de servir». Es, quizás, la conclusión más unánime de un amplio sector de las gimnastas que soportaron aquel despotismo. A dos meses de los JJOO de Atlanta, María Pardo abandonó la concentración. Era insostenible. Tras sufrir durante semanas un régimen militar, su cuerpo y su mente se bloquearon. Los días previos a su marcha, tras transmitir su decisión a la seleccionadora, fue aislada e ignorada. El psicólogo, Amador Cernuda, se limitaba a dar consignas genéricas y no paliaba una angustia que iba in crescendo. La presión era insoportable y se manifestó en errores constantes en sus ejercicios, donde era incapaz de lanzar el aro con precisión. No pudo más. A los 17 años se retiraba y ninguna autoridad se puso en contacto con ella para interesarse por su situación ni para darle asesoramiento.   

No fue la única. “Me sancionaron por no estar en un momento dado en mi peso. Y lo tuve que dejar. Casi todo el equipo de Atlanta nos retiramos por ese problema, quizá porque no supimos llevarlo mejor debido a la edad que teníamos, quizá porque no tuvimos a la persona indicada para orientarnos, porque querían mantener la imagen de aquellas chicas delgaditas”. Nuria Cabanillas, tricampeona del mundo e integrante de las ‘Niñas de Oro’, se refería así a su experiencia durante una ponencia en la Comisión especial del Senado, celebrada en 2001, sobre la situación de los deportistas retirados.

La falsa panacea de las becas ADO

Los deportistas de élite a estos niveles raramente tienen blindado su porvenir y dependen casi exclusivamente de las becas ADO, tan necesarias como insuficientes. Es la subvención por excelencia que determina la viabilidad de sus aspiraciones, aunque no son, ni mucho menos, una panacea. Se entregan respondiendo a criterios arbitrarios de una meritocracia obtusa y ventajista. En sus principios generales se resalta como eje vertebrador que las ayudas van destinadas a “deportistas con opciones de conseguir resultados de interés en los JJOO”, lo cual supone una apuesta por el caballo ganador. Se facilita el acceso a las becas a quienes destacan en las principales competiciones internacionales, pero sin esos recursos la preparación es inviable para el resto.

La santísima Trinidad del deporte: respaldo federativo, apoyo de patrocinio y beca ADO, asciende a la categoría de milagro divino. En la mayoría de los casos, se reza para que, al menos, uno de los tres elementos haga una aparición, pero pocas veces se escuchan las plegarias.

#MeGustaElFutbol

El deportista vive al día y con una calculadora en la mano. Los planes de pensiones son una quimera, ahorrar mirando al mañana es incompatible con la realización profesional, cuando parte de los ingresos se destinan a cubrir gastos primarios. El horizonte es incierto y únicamente el Real Decreto Ley que regula la venta centralizada de los derechos de televisión de la Liga de fútbol parece aventurar un mejor panorama. Una de las medidas que contempla este documento es destinar un 1% de los ingresos obtenidos por las retransmisiones para abonar las cuotas de la Seguridad Social de los deportistas profesionales de las disciplinas minoritarias. El porcentaje parece insignificante, pero teniendo en cuenta el volumen de beneficios amasado (unos 845 millones de euros) la temporada pasada en este concepto, se podría duplicar lo percibido por las becas ADO y, en todo caso, otorgaría un mayor margen de maniobra. Según el CSD, hasta unos 4.000 deportistas pueden favorecidos por esta medida. 

El cuento de las Niñas de Oro no acaba con la irrupción de un príncipe azul con el que forman una familia, porque aquellas adolescentes no tuvieron vida social durante su carrera profesional, sin tiempo siquiera para sí mismas. Tampoco comieron perdices; muchas se marcharon de la alta competición sin recursos económicos y tuvieron que regresar a casa de sus padres. Y la mayoría encontró en aquel lapidario ‘fueron felices’ una pesadilla recurrente de soledad e incomprensión. El reto de entrenadores, federaciones, administraciones y demás coautores es reescribir esta historia para revertir ese final teñido de dorado pero sin colorín colorado.

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