Bóreas asalta el Olimpo del hielo

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Javier Fernández domina con batuta de oro el panorama europeo del patinaje artístico, a pesar de que en España no existen tradición ni medios para la práctica y formación de este deporte

El solemne silencio se interrumpe para que un coro celestial de aplausos dé la bienvenida al aspirante. Un jovial querubín de 21 años se desliza con sutileza y ductilidad sobre el blanco terciopelo de las nubes que delimitan la pista de Zagreb (Croacia). Sus alas le sostienen en el aire dibujando estelas de sus cabriolas imposibles. El Olimpo del patinaje artístico está a punto de abrir sus puertas para acoger a un nuevo inquilino. Ha nacido el Bóreas madrileño, una remasterización hispana del dios del invierno en la mitología griega, o Javier Fernández, su nombre mortal para los amigos.

Banderas españolas al aire y abrazos en la grada. Sus amigos sabían que Javi había hecho algo grande. Y así fue. Oro, con una puntuación de 274, 87, remontando la desventaja que llevaba del programa libre con el francés Florent Amodio. Una nueva estrella brillaba en el firmamento, aunque procedente de una constelación huérfana de gélidos astros. Aquella presea era la primera en la historia de esta disciplina en nuestro país. Y no ha sido ni mucho menos la última.

Un proyecto de héroe muy indisciplinado

El mito de esta nueva deidad se forjó hace eones. Apenas contaba con seis años cuando la leyenda cincelaba sus primeros renglones. Su hermana Laura puso en su camino la llave que abría el tarro de las esencias de este diamante en bruto que fue paulatinamente puliéndose. Javier descubría la fuente de su poder, los patines. Sobre ellos era capaz de casi cualquier cosa, y pronto se destapó como un auténtico virtuoso. Carolina Sanz e Iván Sáez fueron sus primeros mentores. No era fácil la labor de entrenar a un proyecto de héroe algo remolón e indisciplinado. Travieso e hiperactivo se ganó el apodo de lagartija y varios castigos por su comportamiento. Era un afluente inagotable e incontenible de energía.

Para progresar en el patinaje era necesario abandonar España, país con apenas unas 15 pistas y sin medios suficientes para explotar sus capacidades. Javier se trasladaba a Nueva Jersey. Con 17 años y sin la más mínima noción de inglés, construía desde cero los cimientos de su futuro en un país y cultura extraños para él. La adaptación no fue fácil. Añoranzas y miedos le atribularon, pero sus ansias de triunfar le permitieron salir a flote. A pesar de que le acompañaba también el entrenador español Mikel García, Fernández alquiló un piso sin más inquilinos que su soledad.

La soledad al otro lado del charco

De repente, acostumbrado al confort materno, se vio frente a un espacio frío, diáfano y vacío al que debía aprender a llamar hogar. Los otros giros, los de tuerca, no eran su especialidad y no había otro remedio que montar sus propios muebles. Tornillos y arandelas por doquier, sin luz eléctrica y el único calor de una vela en medio de la noche, rodeado de piezas que debían ensamblarse para crear una cama… Ahí se replanteó todo. Las dudas le atormentaban acerca de si estaba preparado para dar ese paso, ser autosuficiente y si podría sobrevivir a la cotidianidad de su nueva realidad. Entonces se imaginó desafiando a la gravedad en las mecas del patinaje, subiendo al podio, escuchando el himno de su país, y todo se relativizó. Aquel era el peaje para la autopista de su éxito. Estaba en el lugar adecuado y en las manos pertinentes. O al menos así parecía en un principio.

En el Campeonato del Mundo de Moscú de 2011, inscribió sus iniciales en los anales de este deporte en nuestro país al finalizar en décima posición, lo cual era el mejor registro de un participante español en esta competición. Otro récord más en su zurrón. Vendrían más.

Traslado a la escuela de Brian Orser

Al finalizar la temporada se puso a las órdenes de toda una eminencia como Brian Orser, trasladándose a Toronto, ciudad en la que se encuentra la sede de su escuela. Tocaba iniciar otra nueva etapa en su corto periplo como profesional. Y no se equivocó.

Javier nadaba en una marmita de cualidades y habilidades innatas para el patinaje. Y así lo demostró al adjudicarse el pasaporte para su primera final del Grand Prix, un selecto torneo internacional al que solo acceden los competidores más regulares, y donde se colgó el bronce.

La carrera de fondo hacia la excelencia estaba servida. Iniciada la siguiente temporada, el canadiense Patrick Chan y el nipón Yuzuru Hanyu despuntaban con una ventaja considerable, pero Javier no iba a rezagarse. Las distancias no eran ni mucho menos insalvables. No en vano, logró batir al norteamericano en la Skate Canada, con su primera victoria en un torneo internacional. 

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El oráculo de Zagreb

Este largo peregrinaje plagado de obstáculos y sabores agridulces le llevó hasta la cuna de su leyenda, Zagreb, el oráculo que le descubrió su condición de mito y donde un 30 de enero de 2013 el Bóreas madrileño doró sus alas con tonos áureos.

No había tiempo para euforias y celebraciones, en un mes y medio esperaba el Mundial de London, localidad al suroeste de Ontario, Canadá. Era su siguiente parada. Patrick Chan y el kazajo Denis Ten patinaban fuera de su alcance desde la primera jornada. El canadiense firmó un 98,37, su mejor puntuación de todos los tiempos, y ponía tierra de por medio.

El patinador español supo reponerse a sus fallos. No fueron ejercicios limpios, pero de la chistera volvió a sacar su truco predilecto, los cuádruples saltos, sin duda una fuente inagotable de puntos para él. Aquella maniobra inverosímil de ilusionismo volvía a mostrarlo como un mago del hielo tocado por una varita, cuyo movimiento oscilante originaba un eterno remolino de gran plasticidad.

Una música de cine

Sus piruetas de ciencia ficción y los tintes épicos de sus actuaciones compatibilizaban a la perfección con las melodías cinematográficas tan presentes en toda su trayectoria. Bandas sonoras como las de Misión Imposible, Piratas del Caribe, La Máscara del Zorro y Matrix han protagonizado sus coreografías en un constante binomio patinaje-Séptimo Arte. La melodía de Peter Gunn (interpretada por Henry Mancini) tomó el testigo en 2014, un año plagado de compromisos de gran calibre. No estuvo fino en las pruebas del Grand Prix y se quedó fuera de la final, sin embargo, su mira telescópica apuntaba en otras direcciones.

Revalidar el título europeo era casi una obligación para él. Y no defraudó. Llegaba a Budapest (Hungría) como el rival a batir, pero no hubo siquiera emoción. Cumplió con creces en el programa corto con un 91,56 y ralló la perfección en el programa libre (175, 56) arrasando a sus contrincantes.

La espina de Sochi

Estaba lanzado, en su momento álgido de madurez y forma. Anímicamente era un roble y su cuerpo respondía como un tiro. Sochi esperaba. Aquella cita en la localidad rusa gozaba de un halo especial, desprendía ilusiones y expectativas mucho más intensas.  No era para menos, los JJ OO de Invierno estaban a punto de comenzar. No era su estreno en un evento de tales características, pero en esta ocasión disfrutar y ganar una presea eran dos objetivos que iban, por primera vez, al 50% en su planificación. Además, fue elegido como abanderado y portó la bandera española en el desfile inaugural. Demasiadas emociones.

Javier llegaba al programa libre con opciones intactas de medalla, pero un error técnico le condenó. Su coreografía fijaba en la rutina tres saltos cuádruples, pero uno de ellos mutó atriple salchow improvisadamente. En sí mismo este hecho no suponía un fallo punible, pero sí fue un desencadenante.

El reglamento es taxativo al respecto: los patinadores solo tienen permitido realizar ocho saltos, tres de los cuales pueden ser combinados y ninguno de ellos puede repetirse. Javier, abstraído de cálculos y cábalas, volvió a ejecutar el triple salchow previsto sin percatarse de que infringía una norma. Su puntuación se resintió hasta anclarlo en una frustrante cuarta posición. Algo más de un mísero punto (1,18) le apeó del podio y otorgó el bronce al kazajo Denis Ten. Patrick Chan y Yuzuru Hanyu se repartieron la plata y el oro respectivamente.

Tabula rasa en Saitama

Aún restaba una fecha en rojo en el calendario que le permitiría resarcirse del reciente varapalo olímpico. El Mundial cerraba, en el mes de marzo, un intenso curso de patinaje con más luces que sombras para Javier. Era pronto para un balance, pero más allá de estadísticas y análisis, el regusto en su paladar seguía siendo a hiel. Saitama (Japón) era su tabula rasa y pronto olvidó su leve patinazo en el anterior compromiso. Y de qué manera.

Fernández firmaba en el programa corto la mejor marca europea de la historia en la competición (96,42), la fiera herida en su orgullo se levantaba con fuerza. El programa libre exquisito de Javier le proporcionó la mejor nota de su carrera, 275,73, pulverizando el registro alcanzado en London, donde sus 249,06 le valieron un bronce, una presea que también añadía a su palmarés en Japón. Todo ello a pesar de que restó dificultad a dos de sus saltos y eso impidió un guarismo más elevado.

Forjador de metales

El rango de Javier Fernández en el Monte Olimpo se incrementaba adquiriendo ilustres galones, dominando con esmero la habilidad del dios Hefesto, forjando metales provenientes de sus medallas y manufacturando éxitos con gran destreza.

Ya entrados en 2015 tocaba visitar territorio vikingo, cultura de leyendas, lugar predilecto para que el patinador español ratificase sus gestas y se apropiara por derecho propio la categoría de mito. La triple corona europea era su destino. Su torneo fetiche le volvía a retar… y a poner contra las cuerdas en los prolegómenos. Esta vez, una inoportuna lesión trastocaba sus planes y amenazaba con afectar a su rendimiento. Un mal movimiento durante una sesión de fisioterapia le obligaba a parar unos días con el inicio del campeonato a la vuelta de la esquina. Era optimista, aunque apenas podía andar tras el percance y sus esquemas de trabajo saltaban por los aires. Pero los héroes son de otra pasta.

En la pista de Estocolmo fue invencible e inabordable. Imperial, autoritario y sin fisuras, ni se acordó de su maltrecho pie, su único talón de Aquiles en aquel escenario. Brillante, sobrio y seguro, no hizo concesiones. Fue un vendaval que devastó las esperanzas de los rusos Maxim Kovtun y Sergei Voronov (segundo y tercero), que finalizaron a casi 30 puntos del español.

Su triple cetro suponía la abdicación automática de Alexander Fadeev, patinador soviético que se vestía de oro continental por tercera vez en 1989, estableciendo un registro que hasta hoy nadie había podido igualar. Javier ya figura en la nómina de ilustres como Jan Hoffmann, Ondrej Nepela, Emmerich Danzer, Alain Calmat o Brian Joubert, precursores de esa conquista.

Ambicioso héroe en el panorama internacional, un Dios en Europa y un Titán que gobierna en la legendaria Edad de Oro del patinaje sobre hielo de nuestro país. Ese es el Bóreas madrileño. Larga vida deportiva a Javier Fernández.                   

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